Cuatro décadas de idilio
Lauridsen recuerda que su llegada al Espanyol “fue un amor a primera vista” que aún perdura “porque una gran parte de mi corazón sigue aquí”
De todas las imágenes y recuerdos que tiene de su etapa en el RCD Espanyol y en el viejo Sarrià, una le sigue emocionando especialmente 36 años después. John Lauridsen regresaba por primera vez al estadio blanquiazul enfundado en la camiseta del Málaga, el equipo en el que acabó su etapa en la Liga española. Aquel día, recuerda, Diego Orejuela “vino a buscarme a la salida al campo y me colocó en medio del once inicial del Espanyol. Fue enorme”, dice a la vez que recuerda con orgullo el reconocimiento de la gente. “Ese partido jugué muy mal”, confiesa con emoción al ver aquella fotografía en blanco y negro con un Espanyol con doce jugadores, uno de ellos, titular en las filas del equipo visitante. Puro romanticismo, pura pasión. Así es John Lauridsen.
Aún le acompaña su habitual y pícara sonrisa, pero le ha desaparecido su eterno bigote y su pelo es mucho más corto y mucho menos rubio que aquella melena dorada que le hacía inconfundible. Tres décadas después de dejar el fútbol, John Lauridsen sigue pasándose por Barcelona, “menos de lo que me gustaría”, confiesa, pero siempre busca un momento para visitar a los viejos amigos o para acercarse al RCD Espanyol.
Desde el primer día dijo que su llegada al conjunto blanquiazul fue un flechazo, “un amor a primera vista”. Han pasado los años, alejado totalmente del mundo del fútbol y a punto de jubilarse, “ya no trabajo los viernes”, confiesa con la picardía de un niño que explica una travesura. Hoy recuerda y desvela que, cuando se retiró del fútbol lo hizo de forma permanente “porque necesitaba probar otra vida, un reto nuevo” que le llevó a una empresa de logística y transportes entre Dinamarca y España.
Si hablamos de fútbol y de su etapa blanquiazul asegura que “una gran parte de mi corazón sigue aquí, porque aquí disfruté de los mejores años de mi vida”. Insiste en que no se siente lejos de estas calles ni de estos paisajes, pese a los años transcurridos y “los 2000 kilómetros de distancia con Dinamarca” y subraya “ese amor que aún noto con los aficionados del Espanyol cada vez que nos cruzamos por la calle. Creo que eso se ha aumentado con los años y recuerdan los buenos momentos que vivimos”.
Reconoce que mantiene un buen aspecto porque siempre le gustó el deporte y porque de vez en cuando aún busca un hueco para jugar un rato. “Quisiera hacerlo más, pero cada vez juego menos. La felicidad con la pelota, aunque sea en una pachanga, es lo que de verdad importa”.
Aquel Espanyol histórico de la década de los 80 sigue en la memoria de todos los que lo conocieron. Recuerdan sus gestas, sus éxitos, aquella felicidad impagable de un equipo que, finalmente, enamoró a Europa y que “dejó un dolor inmenso entre la afición y los jugadores” por una maldita tanda de penaltis, como sigue evocando el propio Lauridsen.
De todos aquellos años, de toda aquella historia escrita y vivida en primera persona rescata la magia del mítico Sarrià. Por ejemplo, en el año 83, cuando el Espanyol perdía 0-2 contra el Valencia desde el inicio de la segunda parte, “pero la afición se volcó con el equipo y acabamos 5-2”. Cinco goles en los últimos 30 minutos del partido para demostrar el coraje y la ambición que hizo grande a una generación de futbolistas. Cuatro décadas de idilio después, Lauridsen lo sigue recordando y emocionándonos con su relato.
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